lunes, 17 de marzo de 2008

Terapia de grupo

La gente sale por la puerta de la nave industrial con la mano de canto sobre el pecho, asemejándose a algún tipo de buda meditativo. Salen hablando, mirándose unos a otros y sonriéndose por lo que molan en esa postura. Sé que ellos se llaman a si mismos C.A.C. que, a pesar de no tener nada que ver con esas siglas, significa We Are Kinda Cool. Somos bastante guays.

Sí, debe ser aquí. Entro por esa puerta de donde sale la gente con la mano en el pecho. Dentro hay un recibidor con una recepcionista tras una mesa y me cruzo con más personas con la postura, como si la lección del día fuera llevarse la meditación allá adonde van. Como siempre, no les miro a los ojos, desvío la mirada. Hay ambiente de recién salidos del gimnasio, recién acabada la clase de yoga o la conferencia sobre budismo o pensamiento positivo.

Entro por la doble puerta del fondo, como para entrar al almacén de una fábrica, y efectivamente esto no es más que una nave industrial usada para cometidos didácticos espirituales. Mi grupo está en aquella esquina.

Debo estar ya inscrito a la actividad, me esperaban, o tal vez es que cualquiera es libre de entrar en la nave y unirse. El caso es que me siento en el suelo, integrándome en el corro.

Comenzamos a presentarnos uno a uno, a decir por qué estamos aquí, y cuál es nuestro problema. Estamos locos. Somos cleptómanos, o tenemos un trauma, o un miedo o una compulsión, cualquier motivo para necesitar venir a esta especie de terapia espiritual de grupo. De vez en cuando ríen por alguna confesión o comentario divertido. El profesor o profesora es bastante ameno e inspira amabilidad.

Mi turno de presentarme y quejarme, de contar lo mucho que sufro y lo especial que soy, debe haber pasado ya, porque me aburro mortalmente. Siguen hablando de si mismos, uno a uno, y no de mí. Nadie me presta atención, nadie me compadece, ni adora, ni se enamora de mí. Yo he venido aquí a hablar de mí. ¡De mí! Apoyo la cabeza en la mano, hastiado.
Es el turno de hablar del chico que tengo a mi izquierda. Un tio simpático con gafas que se explica muy bien. Le ríen las gracias. Algún día, en otro lugar, podría llegar a ser mi amigo.

Esto debería servir para algo.

...

Despierto. Son las ocho y pico de la mañana. Quiero levantarme. Quiero madrugar. Pero tengo sueño. El cuerpo me pesa como un rinoceronte muerto. Tengo sueño.

...

¿Recuerdas? ¿Recuerdas lo que soñaste hace unos minutos? Cuando te acercaste a la puerta de la nave industrial. Tenía un ojo de buey. Mírate ahora. Mírate reflejado en el cristal. Como sigues acercándote a la puerta y en lugar de pasar por ella te vas sumergiendo más y más en el reflejo de tu rostro a los dieciocho años, cuando tenías el pelo largo; y esos ojos, esos ojos... Sumergirte en el reflejo gigante de tus ojos, cruzar al otro lado del espejo y nadar, nadar...

Es así de fácil, no lo olvides nunca.

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