martes, 22 de abril de 2008

Planta de arriba, planta de abajo

A ver, dónde estoy. Esto es la planta de arriba de mi edificio. Nueve pisos son muchos pisos. ¿Por qué siento tan raro el suelo bajo los pies? Como cuando te quedabas sobre una sola pata en la silla. Un balanceo. A ver. Me asomo por la ventana y ahí está: está la planta, pero la planta sola, sin edificio debajo. Y como sólo está la planta sin nada que la sostenga, se mantiene en el aire como puede y le permiten las leyes de la física. Se siente que está inclinada hacia un lado y que va girando un poco en el aire. Me asomo por la ventana y bajo la novena planta sólo está la ciudad de noche. Una negrura fotográficamente real y palpable punteada de farolas. Sé que ahí abajo están pasando cosas. Sueño o no, la ciudad tiene que seguir con sus luces y sus coches y sus pitidos y sus ciudadanos deambulando. Como si me necesitara a mí para no detenerse, estaría bueno.

La gente abajo se ha agrupado en la calle para mirar arriba y asombrarse ante el espectáculo imposible de la novena planta que se mantiene en el aire sin edificio, sin demás plantas debajo. Imposible. Esto sólo puede acabar en catástrofe. Y señalan con el dedo y comentan en bata hasta las tantas, o hasta que llegue la policía o quien tenga que llegar.

Está la novena planta, pero en ella sólo mi casa, faltaría más. Sólo el noveno letra B. Ya alejándome de la ventana, metiéndome para dentro, me pregunto que pasaría si salgo por la puerta de casa como al descansillo, como a mirar si las puertas de los vecinos están ahí. Quizá oscuridad y ausencia total, o...

Pues nada. Es cuestión de seguir y esperar.

Bajo estas baldosas hay enterrados tres cadáveres. Es cosa de tiempo que en mitad de la noche aparezcan los tres fantasmas. Hasta entonces teclea y teclea el ordenador. Has tecleado demasiado en el ordenador, es tarde y hay que dormir. Te has pasado. Mi cama ahí en un lado del salón, de forma tan inusual. Que ni es salón ni nada, es todo una misma habitación, estudio, cuarto, salón... Y si saliera por la puerta de casa al descansillo... Oscuridad sólo.

Haz como que duermes, engaña a los fantasmas. Abre un ojo. Hay algo en primer plano, que parece enorme y desenfocado. Ah, no, es el gato. Vuelve a cerrar el ojo. Algo se mueve. Vuelve a abrir el ojo y a ver al gato. Ah, no, es el gato.

¿Cuándo aparecerán los fantasmas?

...

Hay última planta, suspendida en el aire, girando como un ahorcado, pero, ¿dónde está el resto del edificio?

El resto del edificio es una catedral ya tamaño juguete, expuesta sobre la mesa, sólo que sin la última planta, por supuesto. Esa planta sobreentendida, transparente, significa que no está. Última planta y resto del edificio están en lugares diferentes, alejados, en momentos diferentes, sueños diferentes.


¿Qué hay dentro de la catedral? Una barbaridad de gente. Pasarelas y pasarelas sin fin que pasan unas sobre otras en todas direcciones y a todas las alturas posibles, y el eco altísimo de catedral magnificando el bullicio de todos los personajes que atestan las pasarelas y las recorren a toda prisa, como el público de la alta sociedad corriendo porque va a empezar la obra de teatro y evacuando el edificio por un incendio, ambas cosas a la vez. Las pasarelas están llenas de personajes de ficción, sobre todo del mundo de los juegos de rol: superhéroes, guerreros, magos, dragones, caballeros, elfos.

Entonces el orco nivel 19 verde rana lívida con su hacha mortal que nunca saca pifias cae desde las alturas de las cúpulas sobre todos ellos, sobre sus cabezas, con la intención de cometer la masacre, de hundir la hoja en todos, de matar matar matar, y nunca sacar pifia, siempre sacar críticos con su hacha mortal. Es el orco, todos conocen al orco, había que temer al orco. El orco es un asesino y su ficha de personaje está llena de ++++++

domingo, 6 de abril de 2008

Ciega

La residencia, o el templo, está situada en un emplazamiento muy agradable, escondida entre los árboles del bosque, junto a una ladera. Está toda hecha de piedra y madera.

La niña ciega lleva un vestido rojo; bajo los tirantes una camisa blanca, todo muy niña. Lleva gafas de sol redondas tipo John Lennon. Pelo rizado en coletas rubias. El perro que lleva de la correa no es precisamente un labrador u otro típico perro lazarillo grande, es más bien un perro de pisotón que corretea de un lado para otro oliéndolo todo. Oliendo por ejemplo el monje tibetano muerto que hay en la tierra, bocabajo junto a la entrada. No le dice nada a la niña, el muy cabrón.

Ella entra por el portón de madera. Recorre el fresco interior del edificio. Atraviesa habitaciones, recorre pasillos, sube escaleras. Si pudiera ver, o si el perro diera la más mínima señal, si ladrara o tirara de la correa insistentemente en una dirección extraña, ella sabría que hay monjes muertos color azafrán por todos lados, en todas las habitaciones, pasillos, escaleras. Algunos de ellos sobre un charco de sangre.

Pero ella camina entre los cadáveres sin tocar ni uno sólo, cruzando el fresco y los umbrales de madera, recibiendo el sol de las ventanas de madera, tarareando.

El espectador cae en la cuenta de la terrible situación.

La niña ciega sube hasta la torre más alta del templo y disfruta del hermoso día.