domingo, 6 de abril de 2008

Ciega

La residencia, o el templo, está situada en un emplazamiento muy agradable, escondida entre los árboles del bosque, junto a una ladera. Está toda hecha de piedra y madera.

La niña ciega lleva un vestido rojo; bajo los tirantes una camisa blanca, todo muy niña. Lleva gafas de sol redondas tipo John Lennon. Pelo rizado en coletas rubias. El perro que lleva de la correa no es precisamente un labrador u otro típico perro lazarillo grande, es más bien un perro de pisotón que corretea de un lado para otro oliéndolo todo. Oliendo por ejemplo el monje tibetano muerto que hay en la tierra, bocabajo junto a la entrada. No le dice nada a la niña, el muy cabrón.

Ella entra por el portón de madera. Recorre el fresco interior del edificio. Atraviesa habitaciones, recorre pasillos, sube escaleras. Si pudiera ver, o si el perro diera la más mínima señal, si ladrara o tirara de la correa insistentemente en una dirección extraña, ella sabría que hay monjes muertos color azafrán por todos lados, en todas las habitaciones, pasillos, escaleras. Algunos de ellos sobre un charco de sangre.

Pero ella camina entre los cadáveres sin tocar ni uno sólo, cruzando el fresco y los umbrales de madera, recibiendo el sol de las ventanas de madera, tarareando.

El espectador cae en la cuenta de la terrible situación.

La niña ciega sube hasta la torre más alta del templo y disfruta del hermoso día.

No hay comentarios: